Hospital de la Marina de Denia. 4 am. “Tarjeta SIP por favor. Embarazada con contracciones” me dice la recepcionista casi sin mirarme. Un celador se lleva rapidamente a Brenda sentada en una silla de ruedas por el laberinto de pasillos del hospital. Marta y yo les seguimos apresuradamente.
Brenda sigue con contracciones, en el ascensor me agarra con fuerza la mano mientras surfea otra ola uterina. Al fin llegamos a obstetricia/ginecologia donde nos espera Nines, una matrona que conocemos de la zona y que es una cara amable y cercana en este lugar que ahora, despues de la experiencia vivida en las pasadas horas en casa se me hace aun más extraño que nunca.
Nines nos conduce a la que será la habitación para Brenda. Hace frío, mucho frío. Empiezan los monitores, la vía, el antibiotico. Brenda sigue con contraciones fuertes. Nines le habla con voz suave y tranquilizadora.
Brenda tenía terror a tener que parir en el hospital. Y alli estaba. Enfrentandose a su miedo de frente. A pesar del frío y las intervenciones y el miedo, Brenda seguía de parto, con los ojos de trance.
Hasta que llegó el momento de ir a ver a la ginecóloga.
Me duele al escribir, imaginarmela en aquel momento, en aquella posicion vulnerable a la que nos sometemos todas las mujeres ante un ginecólogo o una ginecóloga, con las piernas abiertas, temblando por dentro ante la incertidumbre de como va a tratar esta persona con bata a tu cuerpo más íntimo. En esa posición estaba Brenda y además de parto. Y entonces ocurrió. Un acto que solo puedo describir como violencia. Un tacto sin tacto. Un tacto sin humanidad. Un tacto sin el respeto que sin duda nos merecemos todas y cada una de nosotras sin que tengamos que pedirlo o exigirlo. El grito de dolor fue completamente distinto a los del dolor de las contracciones. Aquel había sido un dolor desde afuera, una agresión desgarradora.
“Está dilatada completamente, el bebé está en tercer plano”… parecían buenas noticias pero algo de la esencia ya se había roto…“tu bebé nacerá muy pronto” le dijo Nines con suavidad y emoción.
Pero no fue así. Y lo que no sabíamos es que a partir de esa frase sentenciadora de la ginecologa “Está dilatada completamente, el bebé esta en tercer plano” se había puesto en marcha una cuenta atrás de 2 horas que es lo máximo que permite el hospital a una mujer que está en la fase del expulsivo.
Despues del tacto violento, las contracciones de Brenda bajaron notablemente en intensidad y ritmo…intentamos reconectar, volver a hacer la llamada, pero estabamos ahora en un ambiente tan diferente y extraño, a pesar de que Nines puso una luz tenue, nos dejó una pelota, una silla de parir, música, lo que mas recuerdo es el frío y el constante ruido de los monitores…el instinto animal había reconocido aquel lugar como un sitio inseguro para dar a luz despues de la agresión de aquel tacto y el cuerpo sabio había respondido paralizando las olas uterinas…
Cuando las dos horas se agotaban Nines y Marta empezaron a temer lo peor. Ellas sabían todas las intervenciones que ocurrirían una vez agotadas las dos horas. Asi que empezaron a pedirle a Brenda que empujara aunque en realidad Brenda seguía sin tener ganas de empujar. Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando sentí un nudo de angustia en el pecho: las prisas de repente se habían colado por la puerta y habían atrapado a Brenda en una telaraña pegajosa y afixiante de la que ya no saldría hasta que Lennon por fin nació.
Los pujos forzados de Brenda no dieron resultado. A Nines al tactar le pareció que el bebé no estaba en tercer plano como había dicho la ginecóloga sino en un primer o como mucho segundo plano. Pero ya nada imporaba. Se había acabado el tiempo del expulsivo y la ginecóloga volvió, esta vez a coger las riendas de un parto que se estaba saliendo de los tiempo establecidos. Establecidos por quien? Para qué? Yo no paraba de preguntar a unas y otras, porque ademas, de repente había por alli mucha más gente.
“Hay que sacarlo porque este es el protocolo, por seguridad, por la seguridad de tu bebe”. Sin embargo, los monitores constantemente nos decían que Lennon estaba muy bien dentro de Brenda. Además le habian puesto antibioticos para prevenir infecciones. No entendía muy bien cual ere ese riesgo y ese peligro del que había venido a salvarnos la señora ginecóloga. En cualquier caso Lennon tenía que nacer alli, en el hospital, porque con 36 semanas de embarazo era clasificado de prematuro, y parir fuera del hospital era un riesgo que estabamos seguras no queríamos correr. Asi que este hecho nos obligaba a ceñirnos a este protocolo de masas que ahora dictaminaba que a Lennon había que “ayudarlo a salir”… esto se traducía, para empezar, en un nombre de fruta de Nueva Zelanda, acompañado con Kristeller (maniobra clasificada de peligrosa e ineficaz) y con la sombra amenazante de la Reina Cesarea si el Kiwi (una ventosa) no daba resultado.
El paritorio. Luz de quirofano. Muchedumbres con batas llegando. Movimiento acelerado y sensacion de torrente que te arrastra sin tú quererlo. Así llegue hasta la mano de Brenda, con el corazon estremecido de frustacion por no poder parar aquel torrente y de dolor por ver a Brenda arrastrada hasta a aquel potro. Desde alli, otra vez con esa posicion de piernas abiertas, Brenda consiguió frenar el torrente. Con una asertividad absolutamente aplastante, mezclada de una humanidad y amabilidad bellísima, consiguió que la ginecologa la viera como a otra mujer, como a un ser humano que siente, que es más que un cuerpo en el que operar. Y por lo menos, aunque el torrente médico siguió su curso, la actitud de la ginecologa tuvo que cambiar. A partir de ahí fue más respetuosa, explicando a cada momento qué iba a pasar, haciendo los tactos con tacto, e incluso en algunos fugaces momentos, hasta miró a Brenda a los ojos.
Brenda se entregó a la intervencion médica y dio con todas sus fuerzas todo lo que pudo para ayudar al nacimiento de Lennon. La cortaron, la tactaron, buscaron por dentro de ella la cabeza de su bebé para ponerle la ventosa del kiwi….Y en cada contraccion la ginecologa estiraba, Brenda empujaba, y una matrona le presionaba el útero hacia abajo (Kristeller). Con el corazón encojido y mi mano absolutamente estrujada por Brenda, yo intentaba conectarme con Lennon y le mandaba toda mi energia para que pudiera salir pronto. En la segunda contracción nació. Las 8:23 am del 30 de Julio 2016. Las lagrimas salieron como chorros de amor de mis ojos al verle por fin en los brazos de Brenda. Morado. El contacto duró apenas unos segundos. En seguida lo llevaron a la pediatra, yo fui con él aunque no me dejaron ni tocarlo. Vi como lo manejaban como a un animalillo, lo pesaron, lo observaron y cuando vieron que todo estaba bien por fin lo llevaron de vuelta con Brenda. Brenda lo cubrió de besos mientras la ginecologa seguía su trabajo, arrancando la placenta, sacando gasas, cosiendo puntos…
Y aquí terminó la pesadilla hospitalaria.
Y aquí empieza la belleza y la magia de un nuevo ser llegado al mundo, de un amor joven e intenso, del viaje de vida de nuestro tercer hijo Lennon.
Lágrimas en mis ojos… Mucho amor amigas. Ahora más reafirmadas si cabe …